Aunque mi existencia ya estaba suficientemente nutrida de dramas, desconocía que los momentos cruciales de mi vida aún estaban por venir y que había llegado el momento de ponerle solución a mi desorden interior.
Jorge comprendió que me estaba perdiendo y él no estaba acostumbrado a perder. Así que lo de darnos un tiempo quedó en nada, al menos por su parte. Empezó a llamarme a diario por teléfono para pedirme que le diera otra oportunidad. Los sábados me esperaba en la puerta de casa porque sabía que salía a pasear con Luck sobre las diez de la mañana. Me llamaba y yo ni caso. No me daba cuenta en qué me estaba metiendo. Cansada de que Jorge me siguiera, le pedí a Eduardo que me viniera a buscar los sábados. Pensé que con esa estratagema Jorge desistiría. Me equivoqué. Cada sábado me esperaba como un perrito fiel en la acera de enfrente y nos seguía a distancia. Cuando me volvía, adivinaba sus ojos inyectados en sangre. Pero yo seguía en mis trece. Continuar leyendo «Capítulo 4 – El eterno retorno»